Muchas veces traté de imaginar cómo podría ser la vida de los hipermillonarios, aquellos que tienen el dinero suficiente como para vivir sin trabajar, sin obligaciones mundanas, sin tener que hacer concesiones con nadie. Debe ser muy rara la sensación de poder comprar todo lo que se les ocurra: un auto nuevo, una casa en el campo, dos grandes de muzzarella con palmitos, un yate, un estudio de grabación, un programa de radio -mejor dicho, una radio entera- o simplemente un montón de gente que le ande alrededor preguntando si necesita algo. He tenido la oportunidad de cruzarme con un par de ellos y no deja de ser una curiosidad el saber qué es lo que piensan, en qué lugar están puestas sus preocupaciones… ya que las de la mayoría de la gente están en el día a día o cómo llegar a fin de mes. Entre tanto confort, y con el mundo rendido a sus pies, muchos acaudalados andan paranoicos e inseguros, porque hay algo que no está bajo su dominio, algo tan sencillo, fundamental y común para todos, como es el destino mismo. En sus autos polarizados se desplazan desde sus solitarias callecitas arboladas hasta llegar a un mar caótico de autos sin "pedrigee", por arterias en donde todos están apurados o con el tiempo justo para llegar a cumplir sus obligaciones rutinarias a cambio de una retribución (no olviden que trabajar no es lindo, por eso les tienen que pagar para que lo hagan) Es angustiante pensar en todas las dificultades que debemos sortear en nuestras existencias, aunque debe ser aún mucho más angustiante saber que uno puede controlar todo… excepto la timba de la vida. Como bien lo saben los jugadores, en el casino siempre gana la casa, pero tengan claro que siempre es más triste para el que iba en racha ganadora que para el que empezó perdiendo. Uno puede retrasar el envejecimiento, disimular las arrugas, combatir la celulitis, tomar lactobacilos, vitaminas, omega 3, o lo que sea, pero inexorablemente al final de ese túnel iluminado nos espera la señora de la guadaña en la mano. En nuestras modestas existencias, la muerte aparece de repente en medio de cientos de complicaciones domésticas que nos tienen entretenidos o distraídos en un simpático cambalache donde somos una pieza más, un barullo cotidiano que nos pasea de aquí para allá sin parar, como en un laberinto de ratas de laboratorio, sin tener el tiempo a pensar demasiado en nada. Los millonarios, en cambio, tienen la senda allanada, resuelta, pagan a gente para que le tramiten todo en sus vidas -como les conté en otro post-, son el “científico” que mira el laberinto desde arriba y eso, paradójicamente, les permite un camino sin obstáculos para experimentar como el tiempo se evapora. Entonces la obsesión no pasa por construir la casita, ni cambiar el viejo auto, ni ahorrar para ir a Gesell la segunda quincena de febrero, porque eso se da por descontado, la obsesión empieza a ser la inmortalidad. He aquí el problema, dijo Sir Laurence Olivier. Estamos asistiendo a un desfile de “criaturas” viejas en edad pero aparentemente jóvenes en el envase. Mujeres con cara de Cher caminando en calzas rumbo al gimnasio con la botellita de agua en la mano, divas de la televisión bajando del avión con sombrero y anteojos negros gigantes (los anteojos de las divas viejas deben, al menos, cubrir el sesenta por ciento del rostro, el resto es trabajo del sombrero) Nos encontramos con señoras y señores juvenilmente vestidos (a muchos le aconsejaría que antes de elegir su vestuario le den una miradita a su cédula de identidad), con bronceado caribeño pidiendo ensaladitas en los restaurantes mirando de reojo y con suficiencia la cupé o la camioneta que dejaron estacionada, con la íntima esperanza de poder, algún día, comprarle al diablo quince años más de vida como en el Fausto... pero, lamentablemente, esa es una transacción en donde el dinero no cuenta. Y aquí los dejo, tengo turno en lo del cirujano plástico. Un implante pelo por pelo para cubrir zonas como Ruckauf, un retoque en la nariz a lo Beckham, un poco de “lipo” en la panza para estar flaquito como Mick Jagger y una cirugía por allá... para quedar, si Dios quiere, como Darío Grandinetti.
Publicado por Gillespi en el Blog de Clarin
1 comentario:
El otro día ví EL NOVIO DE MI MADRE. Habla justamente de esto. Se ve que el gran Gillespie la vio y sacó esas conclusiones.
En mi opinion me encanta ver gente de 50, 60 o más bailando, divirtiéndose, enamorándose libremente y sin tantos TABUES.
El botox, el viagra, el diclofenac han hecho milagros.
Pero es cierto, hay gente que se va de rosca y dedica la mayor parte de su tiempo y vida en cuidar el envase sin dar sentido al contenido.
Con o sin contenido, que lindas están las veteranas viejo!!!
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