Esa puta modernidad

Uno más que se nos va, uno más por donde los amigos pasaron con sus sinsabores y con sus alegrías.

Ya no estará más el fantasma del mozo Rubén, aquel mozo de cara colorada pimiento, que nos fiaba las cervezas haciéndose cargo el mismo del importe.

Todo desaparecerá para darle lugar a un edificio con olor a glifosato y a soja, y con un helecho de plástico en una puerta reluciente de vidrio.

El olor a humedad se esfumará, ya no estará. Dirán, es tiempo para nuevos olores. Sus pisos a cuadros desaparecerán, un cerámico brilloso se hará de ellos, tampoco el kiosco funcionará, habrá que caminar unas cuadras más para comprar una gaseosa y los puchos, cuando nuevamente le hagamos el aguante a los laburantes ante una posible y renovada embestida patronal.

El futuro llegó: hace poco la picota le llego al mítico Bar La Capilla. Mañana le tocará el turno del Bar La Capital, un bar con más de 80 años de historia rosarina, ese mismo bar donde en los 80 pasábamos y repasábamos nuestras vidas, donde el Pato y el Gaucho Beas contaban sus historias. En esos 80, el futuro era otra cosa a la que hoy vivimos, mejor o peor, nunca lo sabremos, pero que ya no es.

Con esto se va un pedazo de nuestras vidas, pero preferible esa muerte de pie, a la vida indigna del Bar El Cairo, transformado en un espacio publicitario para visitantes de Rosario y con brillos insulsos que nunca tuvo, sirviendo sus cafecitos para la tribuna de la mesa de enlace.

En cambio vos Bar La Capital, siempre fuiste digno. Hasta siempre. Esa puta modernidad.